El camino a la libertad de Ayaan Hirsi Ali

Amenazada de muerte por su defensa de la emancipación de las mujeres musulmanas, la autora somalí cuenta su infancia y juventud en África, su llegada a Europa huyendo de un matrimonio forzoso y, tras estudiar ciencias políticas, su entrada en el Parlamento holandés.

 

Mi vida, mi libertad-coberta

AYAAN HIRSI ALI
Mi vida, mi libertad
Trad. Sergio Pawlowsky
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, 2007

 

La meva vida, la meva llibertat
Trad. Marc Rubió
Galàxia Gutenberg / Cercle de Lectors, Barcelona, 2007

«Como si fueran iguales», se admira una chica somalí de veintidós años al contemplar con ojos atónitos que en las calles de Dusseldorf hombres y mujeres se sientan juntos, «sin separaciones de por medio» y se relacionan con naturalidad. Ayaan Hirsi Ali (Mogadiscio, 1969) aterrizó en Europa en julio de 1992 oficialmente para volar a Canadá y reunirse con el marido que le había impuesto su padre, pero en realidad decidida a huir de este matrimonio forzado. A diferencia de lo que sucede en Somalia, Arabia Saudita, Etiopía y Kenia —donde ha residido hasta entonces—, en Alemania puede ver el pelo, el rostro, los hombros, brazos y piernas de las mujeres y, sin embargo, los varones no enloquecen cegados por el deseo, los autobuses no chocan entre sí ni existe un estado de fitna total. Por lo que observa a su alrededor, Occidente no es tan peligroso como le han advertido: deambulando entre ciudadanos anónimos, sin ningún Hermano Musulmán que la increpe, la joven se siente segura, a gusto y libera su curiosidad —poco después, también su cabello, por vez primera desde la pubertad.

El descubrimiento y la asunción de sus derechos como individuo y de un estado democrático que existe para garantizarlos, la conciencia de la opresión y la violencia que una educación islámica ortodoxa ha ejercido hasta entonces en su vida, el alejamiento progresivo del credo musulmán y, sobre todo, el reconocimiento y el gozo de la libertad es la parte más impactante de la autobiografía de Ayaan Hirsi Ali, una obra que podría leerse como una novela de aventuras si no fuera porque las atrocidades que sufre y presencia la heroína han sucedido en la realidad.

La transformación que Hirsi Ali emprende en Holanda es irreversible: en contraste con la represión anterior, la experiencia de la libertad es tan potente, tan decisiva y necesaria que no la abandonará ni siquiera cuando años más tarde musulmanes integristas la amenacen de muerte por su contundente denuncia de la sumisión de las mujeres en los regímenes islamistas. Que no era una broma lo evidenció el asesinato de Theo Van Gogh en septiembre de 2004: el cineasta pagó con su vida haber filmado Submission: part I, con guión de la propia Hirsi Ali. Tras disparar y degollar a Theo, el asesino clavó una carta en el pecho del cadáver para Ayaan: era una condena a muerte, una fatwa. Su «pecado», ser una mujer libre, capaz de discutir el carácter absoluto de la palabra de Alá.

Conseguido el estatus de refugiada en Holanda, Hirsi Ali estudia ciencias políticas en la Universidad de Leiden, mientras trabaja de intérprete oficial de somalí a neerlandés. En 2001, ya licenciada, es admitida como investigadora en la Fundación Wiardi Beckman, un centro de análisis sociopolítico vinculado al partido socialista holandés, el Partij van der Arbeid (PvdA). A partir de entonces, y tras los atentados del 11S, plantea públicamente la urgencia de una Ilustración en el mundo musulmán que separe la religión de la política y de la moral y reflexiona sobre los motivos del atraso social de los países islamistas —la relación de miedo y sometimiento que mantienen con su dios, la búsqueda de respuestas a las inquietudes del siglo XXI en el Corán, un texto del siglo VII—, y del odio a Occidente; cuestiona que la forma actual del islam sea compatible con la democracia y el estado de derecho, ya que el honor y la vergüenza cuentan más que la autonomía del individuo, «en este sentido, —añade— los fundamentalistas se apresuran a mostrar que la vida de los musulmanes moderados entra en conflicto con la doctrina islámica». Y sobre todo Hirsi Ali airea las crueldades que se perpetran cotidianamente contra las mujeres musulmanas a consecuencia de la misoginia exacerbada que predica esta fe: «Así como la esencia de la mujer se reduce a su himen, el velo que oculta sus rostros recuerda permanentemente al mundo exterior esa moral asfixiante, que convierte a los musulmanes varones en dueños absolutos de las mujeres». En algunos estados africanos como Somalia, Eritrea, Sudán o Egipto, en su obsesión por la virginidad, se practica la ablación de los genitales a las niñas —Ayaan la padeció a los cinco años—, cuya forma más extrema es, además de la mutilación del clítoris, la extirpación de los labios mayores y menores y el raspado de las paredes vaginales para que se unan al cicatrizar. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, 130 millones de mujeres han sufrido mutilaciones genitales y cada año están expuestas a ello dos millones más de niñas y jóvenes.

Yo acuso-coberta2

AYAAN HIRSI ALI
Yo acuso
Trad. Natalia Fernández
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, 2007

 

Afortunadamente, no en todos los estados islamistas se practica la ablación, sin embargo las mujeres padecen una variedad espeluznante de vejaciones y de falta de libertad. En Irán, las selectas alumnas de la universidad —describe la profesora Azar Nafisi en Leer Lolita en Teherán con una delicadeza que, por disonante, hiela la sangre— acceden al edificio por una puerta lateral, son registradas por un tipo que confisca cualquier cosa que considere «inmoral» —un colorete o unos calcetines rosas—, reciben castigos por subir corriendo las escaleras, por reír en los pasillos o por hablar con personas del sexo opuesto; con frecuencia son insidiosamente «vigiladas» por cualquier hombre de la familia, incluidos hermanos menores, y obligadas a casarse contra su voluntad; patrullas de la moralidad recorren las calles al acecho de un mechón rebelde o de unas uñas lacadas y sus portadoras son detenidas y encarceladas; en las prisiones reciben latigazos y palizas —cuando no son violadas— y, en ocasiones, las someten a humillantes exámenes de virginidad. Si esto sucede a la elite socioeconómica e intelectual de la capital, aterra imaginar qué soportarán las mujeres en el Irán profundo, un país que censura a Nabokov, pero en el que está permitido casar a niñas de nueve años. Por eso exasperan términos como «la modernidad de la política de género del islamismo contemporáneo», que utiliza Lila Abu-Lughod en Feminismo y modernidad en Oriente Próximo, mientras cuestiona la importancia de la entrada de las mujeres occidentales en la esfera pública; ella puede permitirse proferir tales despropósitos, con la libertad que le confiere su puesto en la Universidad de Columbia, en la confortable y liberal ciudad de Nueva York.

«Tienen derecho a su propio atraso», es lo que, en palabras de Hirsi Ali, mantiene irresponsablemente una parte de la izquierda europea ante los dilemas que plantea la integración de emigrantes procedentes de teocracias islámicas: «A los inmigrantes de países donde no existe la libertad de expresión les será difícil acostumbrarse a las libertades. Difícil, pero necesario», escribe en Yo acuso —una recopilación de sus artículos—, y reprocha la mojigatería de los relativistas culturales, incapaces de percibir que, «al mantener temerosamente al margen de toda crítica a las culturas no occidentales, encierran al mismo tiempo a los representantes de aquellas culturas en su atraso (…) Se trata de racismo en su acepción más pura». De esta manera perpetúan —con la mejor intención— la sumisión de las mujeres musulmanas, porque piensan que así preservan su identidad —desatendiendo, además, la protección de la infancia. La cuestión no es sencilla, pero el laissez faire laissez passer de las políticas actuales no augura necesariamente algo bueno. En Francia, por ejemplo, el fundamentalismo enraizado en el descontento de la segunda generación de inmigrantes ha tenido consecuencias muy graves para las mujeres —falta de educación, matrimonios concertados, violaciones colectivas, etc.—, como evidenció en 2003 la larga marcha hasta París del movimiento Ni putas ni sumisas, cuya crónica narra sagazmente Fadela Amara en la obra del mismo título.

Tras abandonar el PvdA, Ayaan Hirsi Ali llegó a diputada del parlamento holandés por el Partido Liberal (VVD) en enero de 2003; tras un extraño y fallido intento de quitarle la ciudadanía —que costó la participación en el gobierno al VVD—, trabaja en el American Enterprise Institute de Washington, donde vive rodeada de guardaespaldas y vehículos blindados.

A pesar del peligro, la incomprensión y los insultos —en webislam, por ejemplo, la tildan de «islamófoba» mientras omiten vergonzosamente que está amenazada por integristas, uno de los cuales, mató a Theo Van Gogh—, otras mujeres de origen musulmán recorren caminos paralelos al escogido por Ayaan Hirsi Ali y, usando la libertad de expresión que les brinda Occidente, critican el islam y alertan de los peligros de la extensión de este totalitarismo: la escritora y periodista canadiense-ugandesa Irshad Manji, autora de Mis dilemas con el islam (Els problemes de l’islam), ostenta con orgullo el título de «la peor pesadilla de Bin Laden», como la designó el New York Times; Chahdortt Djavann, antropóloga de origen iraní refugiada en Francia, en el imprescindible y valiente ¡Abajo el velo! pide al gobierno que proteja a las niñas y jóvenes y prohíba el uso del velo a las menores de edad, dentro y fuera del colegio, porque el velo «es como un estigma, como la estrella amarilla de la condición femenina»; Mina Ahadi (Irán, 1956) ha creado la asociación de ex-musulmanes de Alemania; Nonie Darwish, nacida en El Cairo y criada en Gaza, es la fundadora del colectivo ArabsForIsrael.com; Taslima Nasrin, ginecóloga y escritora nacida en Bangladesh, está condenada por su novela Vergüenza. Todas ellas —y muchos otros hombres y mujeres críticos con el islam— viven amenazados de muerte; algo que Ayaan Hirsi Ali compara con tener una enfermedad crónica, «puede recrudecerse y matarte, o puede que no». Esperemos que el antídoto, una combinación de razón, humor y libertad, sea efectivo. No es infalible, pero es el único.

 

Publicat en «Posdata», diari Levante, el 29 de juny de 2007 (l’article en pdf)